Incluso hasta dormido sueño con el enjambre enmarañado, de líneas curvas atravesando las superficies blandas de lienzos en blanco, vírgenes de color y desposeídas de emoción. Ese amarillento día, apenas inconscientemente comenzando, se convierte sorpresivamente en aves multicolores que juntas en concierto encienden las cenizas de ese sueño mil veces iniciado. Me levanto y un haz de luz de color azul cobalto me persigue, haciéndome presa de vértigos desencadenados. La emoción primigenia del instinto creativo persecutorio. Mi mano sobresaltada hace excursiones en busca de selvas de pinceles cubiertas de un rojo cobrizo a punto de encender un manso espesor de nubes, sobre el cual se pintan todavía las claridades del día.
Repentinamente, y aún sin salir de me somnolencia, me descubro rodeado de cuerpos a desnudo, que me bañan en agua que bulle y corre y me arrojan sobre las nieblas de la noche que demoran entre las formas. Hay algo impasible, obstinado, maléfico, en esas siluetas convulsionadas ante mi, el aire las transforma y moldea cual encendidas velas consumidas en si.
Me imagino que me miran con ironía: musas indelebles del desazoro rescaten para mi las inspiradas imágenes del insomnio.
Algo remoto, lunar, no destinado al hombre, pone al desnudo un instantáneo rayo que hace de mi una fuente, más será de luz y color la fuente misma.
Luis Riera
